Ydiay

Por Abel Pacheco

Curiosa costumbre tenemos los ticos de acortar palabras y sintetizar frases compactándolas y eliminando sílabas.

Así, Desamparados es Desampa, Curridabat es Curri, San José (aquí nos ponemos confiansudos e igualados), es Chepe, o San Ramón es Moncho; el colegio es “el cole”, las universidad es la “u”, el Saprissa es “el Sapri”, etcétera, etcétera.

¿Maña nueva?, no, maña vieja que nos acompaña desde los inicios de nuestra nación, y que hacemos extensiva a frases, oraciones y dichos.

Imagino que alguna vez en el entonces joven Cartago se acostumbraba decir: “¿Hace cuánto tal cosa ha acaecido?”. De ahí, algún perezoso o economizador salivar abuelo la convirtió en “¿Ha cuánto ha?”, para terminar dando origen a nuestro tiquísimo “acuantá”, hasta hace poco vocablo muy común en nuestro campesinado, que terminó significando “hace poco rato”.

Y talvez en la vieja Cubujuquí un piadoso antepasado llamó a una puerta diciendo “¡Ave María purísima de Guadalupe!”, cristianísima forma de llamar que fue ahorrativamente convertida en “¡Guadalupe!” Y terminó siendo el aún presente “¡Upe!”, con el que yo sigo aún tocando puertas provocando extrañeza entre mis nietos.

Puede que allá por los tiempos de la fundación de La Boca del Monte, alguien apurara el fin de un relato exclamando: “¿Y después de ahí que ocurrió?”. La frase se redujo a “¿Y de ahí?”, para continuar siendo despojada de letras y terminar en nuestro hoy utilísimo y ticoidentificante “Ydiai”, o sencillamente en el más sintetizado “Diai”.

Hoy tal palabra, cambiando la entonación puede significar: “¿Y bien?”, “¿Y por fin?”, “¿Y de ahí?”. Hasta la utilizamos como un simple saludo.

Muy en boga estuvo hace unos años y aún se escucha el vocablo “seringa”, proveniente de un chapeado y telescopiado “sería engañarte”.

En parlatica usamos el “adió” para expresar extrañeza sorpresiva sincera o fingida, según nos dice don Arturo Agüero en su diccionario. El maestro Carlos Gagini lo considera apócope de adiós, pero cabe más bien pensar si el término no deriva de la exclamación “¡Ay Dios!”, dada su connotación de extrañeza.

Creo es evidente nuestro espíritu ahorrativo al menos en cuanto a saliva se refiere. Lástima que no actuemos así a la hora de la elaboración y ejecución del presupuesto nacional. Quizá es por eso que a la hora de votar el Plan Fiscal, más de un diputado le dice al gobierno: “¡Seringa!”.

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