¿Pueden morir los muertos?

Trabajó durante treinta años para una institución ajena, en una computadora ajena, al servicio de un sistema ajeno, dentro de un mundo ajeno. Invirtió las mejores horas, de los mejores días, de los mejores años de su vida, haciendo rico a alguien a quien ni siquiera conoció. Sin convicción, sin entusiasmo, silenciando el clamor, la vocación profunda de su ser. Un amasijo de sueños rotos. ¿Su superior jerárquico? Nunca lo supo. Doña “junta directiva”, doña “jefatura general”, don “consejo ejecutivo”, don “departamento de contraloría”. Los políticos ofrecen siempre “crear empleos”. Nadie se pregunta si la gente trabaja en lo que realmente quiere trabajar. Quien no hace lo que ama es un galeote… que ha comprado el derecho a unas cuantas cucharadas de sopa antes de irse a dormir. Un caso de “alienación obrera” (Marx). Una mera estadística.

Hoy, el médico general de la corporación le ha anunciado su muerte: un tumor de crecimiento rápido con metástasis en varios órganos vitales.

Le advierte, con todas las perífrasis y circunloquios del caso, que es cuestión de un par de meses. Y el infeliz se pregunta: ¿puede acaso morir alguien que nunca vivió?

Por Jacques Sagot

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