El bien y el mal no dependen de Dios

Por: Jean Seas Acosta

El 17 de junio se cumplieron 289 años del fallecimiento de Jean Meslier, sacerdote católico de la entonces región rural de Etrépigny, Francia. Dedicó su vida a cooperar en su comunidad y ser un fiel servidor de Cristo y la Iglesia. Un párroco, sin duda, ordinario en la esfera pública.

Sus homilías estaban tan impregnadas del Espíritu Santo que su mensaje llegaba en el momento oportuno a los fieles que lo escuchaban predicar desde el púlpito.

Pero, a pesar de que fue un cura muy correcto y amado por la feligresía, escondía un profundo secreto: en la intimidad de su alma y su razón, no creía en Dios.

Su testamento, legado a nuestra historia gracias a Voltaire, nos ofrece las reflexiones del servidor de Cristo, quien desde la privacidad de su aposento y de su alma, articula una serie de ideas en contra del catolicismo, la religión y el Estado de su momento. Su texto no es solamente una abjuración filosófico-teológica, sino también, y en no menor proporción, un manifiesto político. Se conoce su pensamiento póstumo.

Resulta conmovedor leer cómo Meslier se arrepiente profundamente, en su intimidad, sobre impartir hasta el último de sus días enseñanzas calificadas por él como horribles y absurdas, y en las cuales él mismo no creía. Históricamente, el testamento de Meslier ha sido considerado el texto fundador del ateísmo y el anticlericalismo en Francia.

Reprobación. La crítica a la cristiandad y la religión presente en su testamento es sumamente dura y destructiva. Sus argumentos nacen de una reflexión desde el alma y no de una persecución política. Una religión, dice Meslier, que tolera e incluso aprueba abusos contrarios a la justicia natural y atentatorios contra el buen gobierno y contra el bien común, una religión que da por buena la tiranía de los reyes y los príncipes e impone su pesado yugo a los pueblos no puede ser la verdadera.

Pero la crítica más voraz contenida en su testamento es contra las religiones reveladas.

En otra parte de su testamento dice: si un dios infinitamente poderoso, infinitamente sabio y bueno, hubiese creído necesario revelar una religión, la habría dotado por medio de su infinita bondad y sabiduría de rasgos absolutamente imborrables donde quedara impresa su divinidad. No es que el sacerdote tuviera problemas con los altos mandos eclesiásticos, ni mucho menos, sino que le parecía inconcebible limitar el poder supremo del dios que habían construido los teólogos desde siempre.

La historia del párroco de Etrépigny resulta interesante traerla a nuestros tiempos, pues puede servirnos, aunque sea como ejemplo único, para mostrar que un ser humano ateo no es un individuo peligroso para la sociedad.

En el caso de Meslier es al contrario. Pero, además, otro tipo de reflexión podría decantarse en pensar cómo una sociedad ejerce ciertos mecanismos coercitivos invisibles que obligan al ateo a camuflarse entre los demás.

Máscaras. Desde este punto de vista, suponer que un ser humano “disfrazado de creyente”, y que no recurra a pronunciar repetidamente el vocablo “dios” en sus discursos, es peligroso para la sociedad, es tan falso como admitir que donde hay religión no hay maldad. Existen también personas creyentes que con sus actos dejan dudas sobre la veracidad del dios en el que creen. El valor de la humanidad no debe depender de una filiación religiosa. Debe depender de cómo mediante los actos humanos se habita el mundo y la sociedad. Es momento oportuno de superar la moral teológica preconciliar, que por lo demás es legalista y está desfasada.

A propósito de falsedades y engaños, en la intimidad de sus reflexiones, Meslier nos insta a no seguir dejándonos engañar por los sacerdotes, quienes con el pretexto de conducirnos al cielo y de aseguraros allí la bienaventuranza eterna, nos impiden disfrutar de la verdadera dicha sobre la tierra.

Lo verdaderamente importante consiste en la vida que tenemos asegurada en el ahora y en cómo nuestros actos generan consecuencias aunque sean mínimas.

A la fecha, quizás no resulte necesario saber quién fue el cura Meslier. Porque el legado otorgado es estudiado mayoritariamente por los ateos, mediante el montón de blasfemias y herejías vituperadas a la divinidad y la Iglesia. Lo que sí resulta realmente importante es realizar una introspección y examinar si las ideas ateas de un individuo, que la sociedad juzga como despreciables, necesariamente determinan un actuar malo en el mundo.

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