Concierto de Ajedrez

En el colegio de segunda enseñanza de Limón, hace poco más de cincuenta años, aprendí los movimientos de cada pieza de ajedrez, pero nunca entendí aspectos estratégicos del juego, es decir, cómo coordinar esos movimientos frente a un contrincante específico y vivo. Al respecto, solo me enseñaron los rudimentos del “pastor”, una secuencia de jugadas en que es posible alcanzar un concertaje (jaque mate) en tres o cuatro pasos.

De ahí en adelante, jugué muy poco y no avancé casi nada en calidad de juego. Ocasionalmente, compartí con dos viejos zorros en la materia durante vacaciones en Bluefields, Nicaragua, los cuales jugaban todas las tardes en el corredor del Hotel-Cantina Sequeira, cerca de la casa de mis padres. Pero no pasé de ganar un único partido al menor de ellos, gracias a unos consejos oportunos del mayor.

Recientemente, casi cuarenta años después, jubilado y con tiempo de sobra, me interesé de nuevo en el juego, esta vez mediante programas de computadoras, como preventivo o terapia del párkinson. Al principio, no “pegaba ninguno”, como se dice popularmente, ni siquiera al nivel mínimo de habilidad requerida. Mas, persistente como soy, comencé a analizar la lógica de esos programas y aprendí lo siguiente: como construcciones intelectuales humanas, se basan en ciertos supuestos que cabe llamar “espacios conceptuales”, cuyas disposiciones generan sendas lógicas operacionales y cada jugador aplica esa lógica con determinado objetivo. Este puede ser “ganar” –es decir, “someter” o “conquistar”– al rival; pero también puede ser “educarse” –en otras palabras, divertirse o entretenerse– con el rival.

Agradable descubrimiento. Supongo que cualquier buen ajedrecista lo sabe, pero para mí, como perenne aprendiz, hice un agradable descubrimiento a los sesenta y nueve años: el segundo objetivo y su lógica descrita arriba es mucho más poderoso que el primero. ¿Qué significa esto para mí y, posiblemente, para cualquier jugador? Que, aplicando las reglas del ajedrez con rigor –es decir, sin cometer incoherencias–, se empata como mínimo, pero también es posible ganar.

En cambio, quien persigue el primer objetivo, con igual rigor, pierde al tomar riesgos no forzados o innecesarios, cuyo resultado no puede prever.

En eso concuerdo con Claudio Gutiérrez, al decir: “La enseñanza más valiosa que podemos derivar del ajedrez es la preeminencia de la calidad del juego sobre el resultado mismo. Al buen ajedrecista no le interesa vencer por vencer. Le interesa vencer a quién y cómo. Le interesa, ante todo y sobre todo, la calidad de la partida, incluso si es vencido. Aplicado a la vida: es la excelencia de nuestro modo de vivir, no los resultados objetivos que consigamos en la vida, lo que realmente importa (“La vida oculta del ajedrez”, La Nación 17/10/1969).

Por ROGER CHURNSIDE, Nacion.com

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